Entre exhausto y aburrido, se levantó y se sentó al pie de la cama. Entre las sábanas yacía todavía ella, sin decidirse a destaparse completamente quizá por pudor, quizá por costumbre. Afuera una paloma solitaria volaba entre los edificios de San Telmo. Quizás. No podía saberlo realmente, no había ventanas en la habitación. Miró las paredes por primera vez y luego la miró a ella, también por primera vez. Un cuadro de Dalí y los vestigios de un amor que no sería nunca. Pensó extrañado que no entendía el propósito de aquel cuadro. ¿Quién lo puso ahí? ¿Por qué? Y sintió imperiosos deseos de irse.
Ella lo abrazó suavemente.
— ¿Qué te pasa?
— Nada.
Trató de animarlo con un beso que se resolvió frío e ignorado.
— ¿Estás bien?
Él no sentía ganas de responder esa pregunta. ¿Cómo hacerlo sin herir los sentimientos, sin desnudarse más de lo que ya estaba? Silencio. En algún lado, un reloj implacable marcaba los segundos. Tic, tac, tic, tac…
Sin respuesta ella continuó con su juego. Se le subió encima obligándolo a acostarse y le besó el cuello sensualmente.
El reloj (tic, tac…), el Dalí, y él. Enigmas de un rompecabezas imposible.
Me levanté y me senté al pie de la cama. Estaba agitado y un sudor frío me recorría la espalda. La madrugada todavía cernía sus dominios, y la noche se mostraba oscura e impenetrable. Una pesadilla recurrente, un silencio estremecedor, un parpadeo de luces desconocidas en la oscuridad de un cuarto desconocido. Y al pie de la cama, yo, teniendo como siempre la horrible impresión de no pertenecer a este mundo.
Se levantó y se sentó al pie de la cama. Sola. Vestigios de un romance en su piel y un amor roto que escondía su alma destrozada. Un trapo de piso húmedo en algún rincón del baño y una ducha redentora que acaso limpiara las cenizas del fuego consumido entre las sábanas. Más el agua nunca podría limpiar su conciencia. Y en las noches solitarias en que la habitación se estremece en un terremoto de pasión el dolor se esfuma momentáneamente y todo parece ser como antes. Parece. Pero todo tiene que terminar, y cuando la fugaz sensación de paz se apaga sobreviene la culpa y el dolor de la traición nunca olvidada.
Y qué hacer ahora, se preguntaba ella bajo la ducha, húmeda como el trapo de piso roñoso que yacía en algún rincón del baño.