viernes, 27 de marzo de 2009

Ninguna palabra

“—¡Oh, querido lenguaje! Tú que nos distingues de los animales, tú que nos civilizas, nos das el don de la comunicación y el progreso.
Dime por favor: ¿por qué soy tan desdichado?

Te sientes desdichado porque estás solo… y eres muy consciente de ello.”


“Una imagen vale más que mil palabras. 
Pero eso no significa que mil palabras valgan más que una o ninguna.”


Ninguna palabra puede describir la belleza de despertarse a la mañana y, antes de abrir los ojos y dejar que el día entre en su rutina, sentir la cálida seguridad de la persona amada que yace a tu lado, todavía remoloneando.
Ninguna palabra puede describir el asco infinito de sentir en el cuerpo, en las sábanas, en el aire, el sudor de una desconocida que quiere volver a comenzar cuando todo lo que uno quiere (que necesita) es irse a la mierda y una ducha.
Ninguna palabra vale para describir la certeza que se siente cuando el sueño, con sus absurdos e incoherencias, es mucho más real que la vigilia, con su leyes, religiones y ciencias.
Ninguna palabra alcanza para describir la dolorosa decepción de pasar toda una infancia cultivando sueños para que al crecer e intentar seguirlos te miren con indulgencia y te tilden de idealista, como si fuera algo malo.
Ninguna palabra puede describir al niño capaz de montarse en una nube y usar un arco iris como tobogán. Ninguna palabra vale para repudiar lo suficiente a los responsables de pervertir tal inocencia.
Ninguna palabra alcanza para describir, siquiera superficialmente, el dolor que sufre el alma cuando nos abandona un amigo.
Ninguna palabra puede describir la sensación de sentirse viejo teniendo tan sólo 20 años. 
Ninguna palabra es lo suficientemente bella y enigmática para describir la vida, ni lo suficientemente valiente para recorrerla. No hay palabra tan poética para el amor, tan intensa para la pasión, ni tan punzante para la impotencia.
¿Para qué sirven las palabras entonces?

jueves, 19 de marzo de 2009

De la pipa de Magritte



Para los que todavía no preguntaron, el título que elegí, “Esto no es un blog”, no es un capricho arbitrario sino una referencia a la famosa pipa del pintor René Magritte. En su obra Magritte pinta una pipa y escribe abajo la leyenda “Esto no es una pipa”. De esta manera expresa Magritte que lo que estamos viendo realmente no es una pipa sino la representación gráfica de una pipa (dadas las cosas que Magritte fumaba, me imagino yo que la pipa tiene además otro significado).

Yo no soy un tipo calificado para opinar, pero eso no me lo va a impedir. Mi humilde opinión es que las obras de Magritte explican la forma en que vemos el mundo. No podemos ver ninguna pipa como tampoco podemos ver nada de nada. Creemos que la pipa es exterior a nosotros, que “existe”, por así decirlo, en una realidad externa a la nuestra. Pero así como la pipa de Magritte no es una pipa sino el dibujo de una pipa, lo que vemos en el mundo real no es más que una representación mental de algo que quizás esté allá afuera, pero que nos es inaccesible.

 “La condición humana I”, también de Magritte, refleja esa misma noción con mayor claridad. En palabras de Magritte: 

“(…) el árbol existe de dos formas simultáneas en la mente del espectador: dentro del cuarto, en la pintura, y fuera del cuarto, en el paisaje real. Y esto se asemeja a la manera en que vemos el mundo: lo consideramos exterior a nosotros, pese a que no es sino una representación mental de nuestras experiencias internas.”


El comentario anterior lo encontré en el libro de Douglas Hofstadter “Gödel, Escher y Bach” (del cual todavía no leí ni el 10% pero lo encuentro muy recomendable). En el mismo hay una interpretación muy interesante de la obra que da inicio a este artículo: “Los dos misterios”. Ya no tengo más ganas de escribir así que la transcribiré a continuación. 

“(…) La serie de cuadros de Magritte con imágenes de pipas crea fascinación y perplejidad. En Los dos misterios (…), si nos circunscribimos a observar la pintura interior, recogemos el mensaje de que los símbolos y las pipas son diferentes. Luego, nuestra mirada se dirige hacia la pipa "real" que flota en el aire, más arriba, y advertirnos que es real, mientras que la otra es sólo un símbolo. Sin embargo, esto es, por supuesto, totalmente erróneo: ambas yacen sobre la misma superficie plana que tenemos ante los ojos. La idea de que una de las pipas está en una pintura dos veces autoincluida, y por lo tanto es, en alguna medida, "menos real" que la otra, es enteramente una falacia. Una vez que nos hemos dispuesto a "ingresar a la habitación", ya caímos en la trampa: hemos tomado como real la imagen. Para ser coherentes con nuestra credulidad, deberemos descender gozosamente un nivel, y confundir la imagen-dentro-de-laimagen con la realidad. La única forma de no ser arrastrados de este modo es ver ambas pipas como simples manchas coloreadas sobre una superficie ubicada a pocos centímetros enfrente de nuestra nariz. Entonces, y exclusivamente entonces, apreciaremos la significación total del mensaje escrito: "Ceci n'est pas une pipe"… paradójicamente, sin embargo, en el instante mismo en que todo se transforma en manchas, también lo hace la inscripción, ¡y por lo tanto pierde su significación! En otras palabras: en ese instante, el mensaje verbal del cuadro se autodestruye, de una manera sumamente gödeliana. (…)”

Otras obras de Magritte:




Y un chiste que encontré en http://listocomics.com/:

Doy por respondida entonces la pregunta que nadie formuló, pero que disfruté respondiendo. 

lunes, 16 de marzo de 2009

Sueños en una nube



“Dicen que de tanto en tanto los ángeles pierden una pluma de sus alas. 
Y el viento, que es muy ordenado, sopla para juntarlas y forma una nube.”

¡Qué bonito acostarse en una nube! Tan suave y cómoda que no tiene parangón en el mundo. 
¿El pétalo de una flor acariciándonos la mejilla? Áspero.
¿Caminar descalzo en el pasto aún húmedo por el rocío? Duro.
Ya les digo yo: no hay nada más relajante que echarse una siesta sobre una nube. A veces, cuando la pesadez de la realidad me tiene agobiado, me escapo a la nube más cercana, deshecho mis ropas (no hace falta explicar por qué), y me acuesto. Y entonces sueño, y los sueños son hermosos y la realidad, antes árida, se convierte en un campo de margaritas.
Sólo así es posible continuar.


viernes, 13 de marzo de 2009

De las cosas que nunca fueron y siempre serán


Tardé casi un mes en decidirme pero finalmente junté un dinero, ropa como para un fin de semana, y partí. El destino estaba decidido hacía casi diez años: un pueblito solitario en el camino entre Buenos Aires y Neuquén. Diez años atrás conocí el pueblo en un viaje en micro. Realmente “conocí” es decir mucho pues no hice más que verlo por la ventana mientras el micro seguía su marcha. De cualquier forma, y por razones que finalmente había decidido averiguar, ese pueblito insignificante se mantuvo en mi memoria durante todo este tiempo. El pueblito en cuestión (tal como lo recuerdo) no tenía nada especial, sólo un pequeño grupo de casas perfectamente alineadas y en perfecta sintonía unas con otras: uniformemente pequeñas y sin rasgos que llamaran la atención. Y aún así, la emoción que sentí al pasar casi me hace pedir a gritos bajar del micro, sólo para averiguar… para acudir al llamado. Pero no tuve el coraje. Uno tiene responsabilidades que atender y no se puede andar bajando de los micros de forma improvisada. Así es la vida. En fin, junto al pueblito había un lago que me pareció enorme e imponente. Lo atravesamos sobre un puente de piedra mientras las olas furiosas arremetían contra el mismo. El puente era larguísimo; horas y horas entraron en los cinco minutos que nos habrá tomado cruzarlo. Yo aún no sé qué hizo que se me encogiera el corazón. Quizá fue la idea de este pueblito abandonado entre la violencia del lago y la indiferencia del desierto lo que me hizo sentir tan solo. Lo cierto es que han pasado diez años desde esa experiencia y la recuerdo como si hubiese sido ayer (quién sabe, tal vez sí fue ayer, pero…). La curiosidad me obliga a volver. Necesito saber ahora y para siempre qué hay en ese pueblo y ese lago, qué me llamó ese día de invierno y qué me espera ahora. 
Una vez que el micro haya parado bajaré ansioso y sentiré el viento árido golpearme en la cara. Sabré que es el mismo viento que me hubiese golpeado si hubiese tenido el coraje de bajarme y aventurarme en aquel día. Entraré al pueblo como un extraño, nadie bajará del micro conmigo y nadie me recibirá. Caminaré por alguna de sus calles desiertas hasta encontrar una plaza donde no habrá niños jugando. Me sentaré en la única hamaca sana sabiendo que si aquella vez hace diez años me hubiese sentado en la hamaca, ésta habría chirriado exactamente de la misma forma. Para la tarde habré recorrido todo el pueblo, sin cruzarme con nadie ni encontrar un solo negocio abierto. Finalmente iré hacia el lago y me quedaré en la orilla escuchando las olas chocar contra las piedras. Siguiendo la línea de la costa veré a lo lejos una cruz de madera clavada en el suelo, señal de un entierro. Más no podré dar un paso más. Porque sabré a quién pertenece la tumba. Porque sabré que es tuya. Recordaré con espanto tu entierro y las desafortunadas circunstancias de tu muerte. Recordaré el día que nos conocimos y te recordaré a ti. Tu recuerdo vívido volverá dolorosamente a mi memoria. Tus ojos, tu boca, tu aroma. Y tu sonrisa, sobre todo tu sonrisa. Recordaré las experiencias vividas juntos, la huida desesperada después de tu muerte y la necesidad imperiosa de olvidar. Y volveré a casa. Exactamente igual que la última vez: solo, vacío y desesperado. 
El pueblo en sí… no tenía nada especial.

jueves, 12 de marzo de 2009

¡Buenas salenas cronopios cronopios!


Esto es algo que vengo queriendo hacer desde hace tiempo pero nunca me animo. Hasta hoy. Es hora de superar mis miedos. Y si la fortuna me acompaña, y mi cobardía no me lo impide, estaré actualizando este blog con las cosas que escribo, leo, pienso, dibujo, sueño y etcétera.
Sin más preámbulo, los dejo con el blog de Richo.