sábado, 15 de agosto de 2009

Bosquejos de algún cuento que sólo se me presenta incompleto y confuso


De alguna forma había entrado en ese mundo donde la incoherencia se hace corriente y la locura es realidad. Dos más dos es cinco—pensó—nadie se sorprende. Siguió caminando, todo tenía esa borrosidad que tienen la realidad y los ojos cuando uno se hace zombi y se deja llevar. Pero él no era zombi, entendía perfectamente lo que significaban sus actos y era responsable por ellos. Siguió caminando. Sólo una cosa era nítida, y la veía a la distancia infinitamente cercana e inabarcable. No pudo hacer otra cosa más que sonreír, y su sonrisa fue verdadera, aquí y en el mundo real, donde fuera. Dió un paso adelante y la escala cambió, no puede decirse que se quedó quieto pero tampoco puede decirse que se movió. En realidad (tan poco explica esta palabra de todos modos), no puede decirse nada de nada. No sirve caminar, obvio. Y cerró los ojos.



El camino vedado


Todos siempre pensaron que él estaba loco, o a punto de serlo. Él por otro lado, se sentía tan normal como cualquiera, consciente de sus locuras (quizá un poco demasiado) pero tan loco como cualquiera, tan cuerdo como cualquiera. Todo cambió cuando de pronto despertó en ese lugar. Si tan sólo hubiese prestado atención se hubiese dado cuenta, pero siempre fue muy distraído. Y los cambios drásticos asustan a cualquiera. Se asombró y desesperó y ya era tarde, no hay lugar para las emociones: volvió instantáneamente a nuestro mundo, tu mundo, mi mundo. Volvió a nuestra realidad… qué poco significa esa palabra cuando se conocen estas cosas. En fin, todos tenemos una oportunidad y la suya había sido sobrepasar lo más alto, el camino vedado. Un regalo, una maldición, una trampa, un error (quizá un experimento, por qué no). Pero en definitiva una maldición, porque había ido tan lejos que en realidad ya no había retorno. Volvió si, pero cualquiera hubiese enloquecido en su lugar. Ahora pasa sus días en el hospicio, nadie ha sabido de él desde entonces.