Hace tiempo descubrí este cuento tras escuchar el tema homónimo de Crucis. Lo publico a pesar de su notoria falta de originalidad.
Una fatídica mañana Juan José tuvo la maravillosa idea de comprar dos espejos. Decidido, fue hasta la tienda de espejos del barrio y recorrió cada vidriera observando minuciosamente. Más no encontró ningún espejo como los que él necesitaba. Preguntó entonces si se hacían espejos a medida. Ante la respuesta afirmativa, Juan José se dispuso a detallar rigurosas especificaciones: dos metros de ancho, cuatro de alto (tenía un cielo raso bastante alto, así que ¿por qué no?), marco dorado, bordes redondeados, etcétera. Pidió dos espejos aclarando enfáticamente la necesidad de que ambos fueran impecablemente idénticos. La chica del mostrador, con santa paciencia, anotó atentamente todas y cada una de las especificaciones y comentarios que Juan José fue capaz de darle. Finalmente Juan José salió de la tienda y entró a su rutina diaria con la tranquilizadora sensación de saberse un hombre que sabe lo que quiere.
Algunas semanas más tarde los espejos tocaron el timbre de su casa. Salió a recibirlos, firmó los papeles necesarios y con la ayuda de los chicos del flete metió los gigantes en la casa. Una vez solo pudo contemplarlos con tranquilidad. Eran deliciosamente perfectos. Tal y como los había pedido, medían exactamente dos metros de ancho y cuatro de alto, ni un milimetro de más ni de menos. Se relamió de gusto pensando en la sorpresa que se llevaría su mujer al verlos, tan magníficos espejos eran. El marco dorado y pulido destellaba preciosamente con cada movimiento que hacía Juan José para acomodarlos hasta alcanzar la posición exacta: uno frente a otro perfectamente paralelos. Parado en el medio, Juan José pudo admirar infinitamente sus hermosos espejos. Vio cada recoveco, cada detalle repetido diez, veinte, mil veces, todo lo que su vista le permitía. Se admiró a sí mismo en el espejo, un hombre hecho y derecho, que sabe lo que quiere y cómo lo quiere. Hasta le pareció que los espejos lo hacían ver más apuesto. Así estuvo largo rato sin alcanzar el hastío, simplemente mirando los preciosos reflejos de sus preciosos espejos.
Nunca llegó a saber si fue un accidente o un acto deliberado. Lo cierto es que en un momento dado un detalle de la esquina superior derecha de uno de los espejos atrajo su atención. Se acercó para verlo mejor sin tener en cuenta sus pies y ahí fue cuando tropezó. Cerró los ojos justo antes que su nariz chocara con la superficie lisa del espejo y por un instante terrible pensó que era el fin, su espejo no soportaría un golpe tan fuerte (su nariz tampoco, pero ¿quién hubiese pensado en tal nimiedad teniendo semejante espejo?). Pero no fue así, ni el espejo ni su nariz sufrieron daño alguno, más al abrir los ojos sorprendido Juan José descubrió con incluso mayor sorpresa la increíble cualidad de sus espejos. Sabía con total certeza que ahora estaba del otro lado del espejo. No entendía por qué estaba tan seguro pues el lugar era exactamente igual en cada detalle, y donde antes había dos gloriosos espejos ahora seguían estando los mismos espejos sin modificación alguna. Aún así era indudable, como un presentimiento muy fuerte que se siente en el estómago (¿o será en el hígado o el páncreas?). De pronto se dió cuenta cómo comprobarlo definitivamente. ¡Pero cómo no se me ocurrió antes!—pensó. Y buscó su alianza en la mano izquierda. Está de más decir que no la encontró, el dedo estaba desnudo ya que ahora el anillo estaba, como debe suponerse, en el anular de su mano derecha. Ya sin sorpresa descubrió su reloj pulsera (que ahora marcaba horarios absurdos), su cicatriz en la pierna (del accidente en moto) y la raya al costado de su peinado, todos en el lado equivocado. ¡Estos espejos eran de verdad especiales!
Así comenzó Juan José su viaje a traves de los espejos y las realidades. Su reloj pulsera cambió de mano incontables veces. Y así Juan José descubrió que no todos los espejos ni todas las realidades eran iguales. Determinados espejos eran malignos y reflejaban maldad, al entrar en ellos sintió especial placer recordando ciertas acciones que normalmente le habrían causado una culpa insoportable: las cosas terribles que años atrás le gritó a su viejo durante el altercado que los distanció para siempre, o incluso la botella de gaseosa que había robado en un acto de inocente malicia durante su infancia. Otros espejos eran benignos, otros humildes, algunos eran generosos y hasta había algunos jocosos (descubrió estos tras varias carcajadas). También había espejos que reflejaban lugares completamente distintos: se llevó una gran sorpresa al caer de golpe en medio del Sahara (no supo realmente si era ese desierto o cualquier otro, pero ¿hace alguna diferencia?). De esta forma conoció las Islas Canarias, la fría Antartida (donde tuvo la suerte de presenciar una aurora austral, fenómeno poco frecuente), la estación de trenes de Lanus, y una pequeña cancha de fútbol donde unos chicos africanos pateaban una pelota de trapo alrededor de dos fabulosos espejos.
En un reflejo ya muy lejano a los originales se encontró a sí mismo más viejo, las canas empezaban a aparecérsele por encima de las orejas y sus ojos acumulaban esa pesadez tan característica. Incluso los espejos estaban avejentados, ya no se veían las superficies pulidas de antaño y el marco dorado estaba ahora opaco y ya no destellaba. Descubrió entonces que los espejos no sólo reflejaban lugares distintos sino también realidades futuras, cambios en el espacio y en el tiempo.
Entendió de golpe… pero de golpe en serio, como cuando todos los días uno se levanta, se sirve un café con leche y come una tostada, y de pronto un día uno se levanta y el café con leche es más que café con leche y el cuchillo con el que untar la manteca es tan increíble como que uno tenga 36 años y se levante y tome café con leche y una tostada. Entendió de golpe que al final, en el último de los infinitos espejos, lo esperaba la muerte. Y entendió de golpe también que de la muerte no se vuelve, que te morís y listo. Chau, atrapado. Y entendió todavía más de golpe que jamás saldría de los maravillosos espejos, que seguiría buscando atrapado en un destino peor que la muerte: admirando cada detalle de cada reflejo de cada uno de los infinitos espejos. Porque ahora los condenados espejos lo reflejaban a él hasta el infinito, y en todos los reflejos se encontraba él recorriendo para siempre sus maravillosos reflejos donde se encontraba él recorriendo para siempre sus maravillosos reflejos donde...