Escribí este texto como respuesta a un post del blog delfindedios de mi amigo Gonzalo Rodriguez. Aprovecho, de paso, para decirles que su blog es excelente y que se pasen a verlo cuando tengan tiempo.
No es nada nuevo decir que Dios es intrínsecamente contradictorio. Ni que, obviamente, no necesita suscribir al código vigente (ni a ningún código, para el caso). Un hombre de fe argumentaría (supongo) que Dios está por encima de cualquier código, que es una cuestión de fe en última instancia, no se puede razonar. Encuentro interesante en este sentido la portada del libro “¿Es Dios un matemático?” de Mario Livio, la cual muestra a Dios, encorvado, usando patéticamente un compás para medir el universo, sugiriendo de una forma muy demostrativa que el mismo Dios debe acatar las leyes de la matemática (menuda omnipotencia, diría yo). Creo que esta imagen es una ilustración de una biblia medieval, pero no estoy muy seguro.
Cualquier análisis de la existencia de Dios (ya sea en esencia o en fenómeno) está inequívocamente condenado al fracaso. Dios ni siquiera resiste una simple reducción al absurdo. Ejemplos abundan, pero creo que el más conocido es el de la piedra tan pesada que ni Dios podría levantar. Un Dios omnipotente sin duda podría crear semejante piedra, lo cual llevaría a un absurdo. Pero este análisis simplista, a pesar de resultar válido en los términos de su disciplina, pierde todo significado cuando se aplica a la idea de Dios. Todo se reduce a una cuestión de fe, no de razón. Curioso reducto de la imaginación humana, la fe. Algunos la consideran virtud, otros la denuestan.
Deliberadamente decidí ignorar tu interpretación "paternal" de Dios y saltar directamente al último párrafo de tu texto, en especial las últimas cuatro oraciones, donde a mi entender resumís maravillosamente un subconjunto de la conducta humana. Ya lo dije antes en este mismo blog: los hombres somos máquinas de buscar patrones. Ésa es nuestra forma de "interpretar" la realidad que tan confusamente se nos presenta ante los ojos. Buscamos patrones que intenten explicar lo que vemos. Lo que para algunos es una simple y llana mancha de humedad para otros será la imagen de Jesucristo y una señal de su existencia. Y ahí está el problema: frente a estas múltiples "realidades" (o percepciones de una misma realidad) ¿cómo diferenciamos los patrones que realmente están ahí de los que sólo están en nuestra mente? Durante la historia de la humanidad hemos desarrollado múltiples herramientas que intentan ayudarnos en este problema. Una de ellas es la ciencia. No busca una verdad última e irrefutable (aunque conserve la esperanza de que ésta exista), sólo intenta acercarnos a la realidad, entender los fenómenos de nuestra existencia. Y algo interesante sobre la ciencia es que, si bien es un producto de nuestro intelecto, no forma parte de lo que podríamos llamar natural. Definitivamente no está en nuestros genes. Por decirlo de otra forma, mientras que toda cultura a lo largo de la historia ha desarrollado alguna noción de deidad, lo mismo no ocurre en el caso de la ciencia. Esto parece sugerir que la predisposición a creer en una entidad superior podría estar arraigada en el centro mismo de nuestra naturaleza (quizá grabado en algún gen, o en la membrana que recubre la vesícula, quién sabe...). Paradójico que nuestro eterno creador forme parte integral de nuestra esencia. Y muy interesante, sobre todo, que el desarrollo de la ciencia como herramienta para entender nuestra realidad se aleje tanto de esta idea de Dios (de ESTA idea de Dios, no de toda idea de Dios, que quede claro). Se aleje, en definitiva, de nuestra propia naturaleza. Una perfecta analogía del mito de la fruta prohibida.